“Jesús no confunde el
amor a Dios y el amor al prójimo, como si fueran una misma cosa. El amor a Dios
no puede quedar reducido a amar al prójimo, ni el amor al prójimo significa que
sea ya, en sí mismo, amor a Dios…Para Jesús, el amor a Dios tiene una primacía
absoluta y no puede ser reemplazado por nada…El prójimo no es un medio o una
ocasión para practicar el amor a Dios. Jesús no está pensando en transformar el
amor al prójimo en una especie de amor indirecto a Dios” .Pagola (2010).
El amor se mira desde
dos ópticas: a Dios y al prójimo. Pero cada una de éstas tiene sus
implicaciones y complicaciones.
Como dice Pagola,
precisamente, el amor a Dios es la primera por excelencia, es el amor fuente,
de la que puede emanar el amor al prójimo. Ya Jesús mostraba en su vida un
absoluto amor a Dios Padre, su intimidad e intensidad eran constantes. Ese
amor, ágape, es un amor que le hace ver y vivir la vida con un sentido
especial, ama lo que su Padre ama. Por eso este amor le hizo romper con las
opresiones, con las injusticias, no miraba si era lo correcto o lo propio, su
talante era que se propicie amor y nada más.
¿Qué
tanto amo a Dios?
¿Me
atrevo a vivir apasionadamente por el Padre, a la manera de Jesús?
El
amor al prójimo, filia, es un amor que se dirige a la persona, por su dignidad,
por su necesidad. No puede ser un medio, sino que como dice Pagola no es para
expresar un amor a Dios, al contrario, es amar lo que el Padre ama, no amar
porque el Padre lo ama. Jesús nos ama por lo que somos, por quienes somos, por
lo que valemos. Que incoherencia sería amarme sin mirarme quién soy.
¿Amo
a mi esposa, hermanos, sobrinos, papas, por quiénes son?
¿O
son un medio para demostrar el amor a Dios?
JAPO
JAPO
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