Aún, no hemos entendido la grandeza del corazón de Jesús en medio
de nuestra debilidad, nos hemos
quedado contemplando nuestras miserias, nuestro pecado, nos hemos fijado
solamente en nosotros mismos, hemos perdido así el rumbo, hemos quedado perdidos,
más nos asombra el morbo que la verdad, más nos gusta el pecado que el perdón,
más nos mueve lo espectacular que lo sencillo, más nos atraen las vidas sentimentales egoístas que la
entrega generosa del propio ser, hemos perdido la profundidad y verdad con que
nos ama, nuestro Abbá.
Reflexiona:
¿Qué es lo te impide sentirte
amado, hoy?
Si contemplamos el mar, sus olas, su color, su profundidad, su
belleza, su grandeza, su fuerza, su amplitud, coincidimos en que el mar es
inmenso, profundo y maravilloso, ahora te propongo que así como hemos imaginado
el mar, te imagines el amor de Dios:
su grandeza, su belleza, su incondicionalidad, su profundidad, su fuerza, su
amplitud,…
Reflexiona:
¿Te imaginas, el amor de Dios,
así, como te imaginas la grandeza del mar? ¿Acaso se puede comparar el pecado
con el amor de Dios?
¿Has experimentado el amor de
Dios en tu vida?
En caso negativo ¿Te atreverías
a esta experiencia?
Vivir en esa sintonía de la profundidad del Corazón de Jesús, es ser testigos de innumerables milagros, empezando por la
vida misma, vivir en esa sintonía, es dejar de pensar que la política y los
grandes discursos son la solución a los problemas, vivir sumergidos en el amor
de Dios, es empezar a hacer una diferencia, primero en nuestras vidas y luego
comenzar a hacerla en la vida de los más cercanos a tí. Hace falta, mis queridos
jóvenes, atreverse a esta experiencia de
amor, en donde las culpas ceden a la libertad, en donde los remordimientos
por fin son liberados, en donde la estima es sincera, en donde Vivir es una
realidad y no un sueño, estar en el corazón de Jesús es aceptar su perdón
incondicional, gratuito, no porque hagamos tal o cual cosa la tenemos, sino
porque simplemente Dios nos la da y punto.
Como dice Albert Nolan* “…Jesús
no necesitaba decir (que tus pecados están perdonados –Mt. 9,2-) esto
continuamente a todas las personas con las que se encontraba. Su actitud, su
manera de tratarlas, la atención que les prestaba y el modo en que disfrutaba
comiendo con ellas, sin que le importara quiénes eran o lo que hubieran podido
hacer, eran más elocuentes que las palabras. Aquí encontramos a Jesús imitando
la imagen de Dios que él presenta en la parábola del hijo perdido. El perdón
incondicional del padre no exige frases como –Hijo mío, yo te perdono- o –Tus
pecados quedan perdonados-. La acogida con los brazos abiertos, la alegría evidente y la gran celebración que
ofrece a sus hijos son más elocuentes que cualesquiera palabras de perdón”
Dejarse amar, mi querido joven, es el primer paso para la experiencia del amor de Dios y ya luego Él
mismo te dará el siguiente pasó, no temas, atrévete.
Reflexiona:
¿Estoy decidido a esta
experiencia? Por qué
¿Cómo comenzaré?
*Profesor de
Teología, Dominico, ha publicado diversos libros.
JAPO
A.M.D.G